content3-3 minutes 11/27/2024
Durante la cena con el gobernador, Jesús no pudo evitar sentirse orgulloso al ver a Begoña sonreír, hablar con gracia y apoyarlo perfectamente. Todo parecía ir bien, y en ese momento, él pensó que quizás, los meses de amargura entre ellos se habían disipado en parte. Sintió la cercanía de ella, la forma en que se integraba en el ambiente de la fiesta, y creyó que podían sanar la relación rota. Esta noche, tal vez todo podría ser diferente.
Pero cuando las luces de la fiesta se apagaron y solo quedaban ellos dos en la habitación, el ambiente cambió drásticamente. Jesús invitó a Begoña a sentarse a su lado, y le sirvió dos copas de vino, con la esperanza de que esta sería una oportunidad para empezar de nuevo, para olvidar el pasado lleno de dolor.
“Olvidemos todo lo que pasó, Begoña. Quiero que nos acerquemos más,” dijo, su voz suave, intentando transmitir sinceridad. Le dio un beso leve en la mano, con la esperanza de que eso sería una señal de que estaba dispuesto a empezar de nuevo.
Pero Begoña no aceptó el gesto. Retiró su mano rápidamente, y en sus ojos brilló una ira contenida, lo que hizo que el ambiente se volviera aún más frío. Ella lo miró, sus ojos ya no reflejaban debilidad ni esperanza, solo una determinación firme.
“Jesús, no te hagas ilusiones. Lo que hice hoy fue solo para salvarte la cara frente a tus amigos. He aprendido a expresar mis emociones gracias al sufrimiento que tú y tu familia me han causado. No esperes nada más de mí.”
Las palabras de Begoña fueron como una bofetada directa en su corazón. Jesús quedó atónito, su corazón se sintió comprimido, y una sensación de vacío y dolor lo envolvió. Se dio cuenta de que, todos los esfuerzos por sanar, todas las pequeñas esperanzas que había albergado, se desvanecieron. La distancia entre ellos ahora era imposible de sanar, no se podía curar con palabras ni gestos. Todo estaba demasiado roto, y él tuvo que enfrentar la cruda realidad de que esa relación ya no tenía remedio.
Ambos se quedaron en silencio, en la penumbra, con la única luz proveniente de las luces tenues de la habitación contigua, que se reflejaban en las copas de vino aún intactas. Todo lo que quedaba era la quietud y las heridas profundas en el alma de ambos.