content2-3 minutes 12/1/2024
María se despertó con el corazón latiendo desbocado. No podía quitarse de la cabeza el extraño sueño que acababa de tener. En ese sueño, amaba a Manuel, un sirviente que trabajaba en la mansión de su familia. Pero no era un amor común, sino uno apasionado, ardiente, como una llama que no podía ser apagada. Manuel no solo era un sirviente, sino un hombre con un corazón lleno de amor por ella, lo que hacía que todo se sintiera especial.
A medida que despertaba, María se dio cuenta de que los sentimientos que experimentó en su sueño no eran solo un cuento de hadas. Empezaron a trasladarse a la vida real, cuando comenzó a darse cuenta de que también tenía sentimientos extraños y poderosos hacia Manuel en la vida cotidiana. Esos miradas furtivas, sus gestos de cuidado cada vez que ella no estaba, esos momentos que compartían en silencio, llenos de entendimiento, hacían que su corazón latiera con fuerza.
Pero la vida no es un cuento romántico en un sueño. María sabía bien que esos sentimientos no podían ser fácilmente aceptados en una sociedad con una marcada división de clases. Ella era hija de una familia de alta alcurnia, mientras que Manuel solo era un sirviente. El peso de la responsabilidad y las expectativas familiares la atrapaban, impidiéndole amar de la manera que deseaba.
Por otro lado, Manuel, aunque siempre había ocultado sus sentimientos, no podía seguir viviendo en el silencio. Comenzó a actuar de manera más audaz. Sus miradas, palabras y gestos de cuidado hacia ella se volvían cada vez más claros, lo que hacía que María no pudiera ignorarlo. Pero en lo más profundo de su ser, todavía temía. ¿Cómo reaccionaría la sociedad? ¿Podría su amor superar las barreras impuestas por la división de clases?
En los momentos más privados, ambos se preguntaban si tendrían la fuerza para luchar contra los prejuicios, para amarse a pesar de todas las limitaciones. Pero aunque pudieran superar la barrera de las clases, ¿aceptaría la sociedad su amor? Las lágrimas y las preguntas sin respuesta fluían silenciosamente, como una batalla interminable entre el corazón y la razón.