content3-4 minutes 11/28/2024
En la pequeña cocina, la luz del fuego del carbón iluminaba el rostro sonriente de Discle. Estaba ocupada preparando la cena, moviendo las manos ágilmente mientras colocaba cada plato tradicional de la familia sobre la mesa. Yusuf, no acostumbrado a estos platos, observaba en silencio, con una mezcla de asombro y curiosidad en los ojos.
“¿Quieres probar?” – preguntó Discle suavemente, con una chispa de emoción en su mirada. Yusuf asintió con la cabeza, algo avergonzado. No quería parecer torpe frente a la joven que admiraba en secreto.
Discle tomó con cuidado un trozo de carne guisada, impregnado del aroma de una salsa especial, y lo acercó a la boca de Yusuf. “Tienes que comerlo así,” dijo con dulzura, como si estuviera enseñando a un niño a disfrutar un plato especial. Yusuf, con un leve rubor en las mejillas, abrió la boca para recibir el bocado de sus manos.
La cocina, antes llena solo del ruido de los utensilios, ahora se sentía cálida y viva. Discle sonrió, con los ojos brillando como si hubiera encontrado una pequeña pero preciosa alegría en compartir la tradición de su familia con alguien que le importaba profundamente.
De repente, la puerta de la cocina se abrió de golpe. La figura de Sultán, la madre de Discle, apareció bajo la tenue luz. Sus ojos, fríos y penetrantes, escanearon rápidamente la escena frente a ella. Discle y Yusuf se quedaron paralizados, la mano de ella aún sosteniendo la cuchara suspendida en el aire.
“Discle, ¿qué estás haciendo aquí?” – la voz de Sultán resonó, tan afilada como una navaja, rompiendo el ambiente cálido al instante. Discle tartamudeó, intentando explicar que solo le estaba enseñando a Yusuf cómo comer los platos tradicionales de la familia. Pero sus palabras parecían quedarse atrapadas en la tensión del momento, incapaces de calmar la ira de su madre.
Yusuf, sintiendo el peso de la mirada enojada de Sultán, se levantó rápidamente. “Señora, lo siento mucho. No quería causar molestias…” – dijo, con la voz temblorosa. Pero su disculpa no hizo más que avivar la furia de Sultán.
“¡Sal de aquí inmediatamente!” – ordenó con voz severa, señalando hacia la puerta. Yusuf, sin atreverse a replicar, bajó la cabeza y salió, con el corazón cargado de culpa.
Discle se quedó inmóvil, sintiendo cómo la calidez de momentos atrás se desvanecía como una llama apagada por una tormenta repentina. Sabía que, a pesar de sus buenas intenciones, la distancia entre los mundos de ella y Yusuf era demasiado grande, una brecha que ni siquiera los sentimientos podían cerrar fácilmente.
Cuando Yusuf se fue, la cocina volvió a sumirse en un silencio asfixiante. Discle bajó la cabeza y comenzó a recoger en silencio, pero dentro de su corazón, una pequeña llama seguía ardiendo: la esperanza de que algún día podría demostrarle a su madre la sinceridad de sus sentimientos.