content2-3 minutes 11/27/2024
Begoña había vivido durante tantos años en un papel que nunca eligió: la esposa perfecta de Jesús. Siempre era el modelo de dulzura, atención y gracia en los eventos importantes de su esposo. Cada vez que se encontraba con invitados importantes, especialmente cuando el gobernador venía de visita, Begoña se ponía la misma máscara familiar. Sonreía, escuchaba los elogios y mostraba interés, pero en lo más profundo de su ser, deseaba que nadie viera el dolor que la atormentaba.
Jesús, con su naturaleza ciega y su vanidad, nunca se dio cuenta de la falsedad oculta tras la sonrisa de Begoña. Creía que ella realmente había cambiado, que realmente lo amaba y apoyaba como antes. Pero en realidad, esos cambios eran solo una actuación bien ensayada, una forma de mantener la imagen de la esposa perfecta ante los demás, y especialmente ante él.
Cuando la fiesta terminó y el gobernador se fue, el ambiente se volvió más ligero. Jesús, con un estado de ánimo optimista y confiado, sintió que había cumplido bien su papel de esposo y decidió expresar su agradecimiento a Begoña. La invitó a tomar una copa y sonrió:
“Me alegra verte como antes. Tal vez podamos empezar de nuevo.”
Begoña escuchó esas palabras y no pudo evitar una risa fría. Su sonrisa no era cálida como antes, sino amarga. Jesús la miró a los ojos y de repente sintió una fría sensación.
“Jesús, ya he soportado demasiado. No confundas la actuación con el perdón. Tú, y toda tu familia, me habéis convertido en una persona falsa. Pero eso no significa que quiera quedarme en este infierno contigo.”
Las palabras de Begoña sonaron como una campana que marcaba el final, no solo de su relación, sino también de cualquier esperanza que Jesús hubiera alimentado. Ella ya no era la esposa sumisa y paciente que él pensaba. Ella lo había dejado todo atrás, y en ese momento, todo entre ellos terminó oficialmente.